17 de marzo de 2016

HERMOSURA DE LA DIÁLECTICA

A Cosme mi profesor de Filosofía

Estoy viva
como fruta madura
dueña ya de inviernos y veranos,
abuela de los pájaros,
tejedora del viento navegante.

No se ha educado aún mi corazón
y, niña, tiemblo en los atardeceres,
me deslumbran el verde, las marimbas
y el ruido de la lluvia
hermanándose con mi húmedo vientre,
cuando todo es más suave y luminoso.

Crezco y no aprendo a crecer,
no me desilusiono,
ni me vuelvo mujer envuelta en velos,
descreída de todo, lamentando su suerte.
No. Cada día, se me nacen los ojos del asombro,
de la tierra parida 
al canto de los pueblos,
los brazos del obrero construyendo,
la mujer vendedora con su ramos de hijos,
los chavalos alegres marchando hacia el colegio.

Si. 
Es verdad que a ratos estoy triste
y salgo a los caminos
suelta con mi pelo,
y lloro por las cosas más dulces y más tiernas
y atesoro recuerdos
brotando entre mis huesos
y soy una infinita espiral que se retuerce
entre lunas y soles,
avanzando en los días, 
desenrollando el tiempo 
con miedo o desparpajo,
desenvainando estrellas
para subir más alto, más arriba,
dándole caza al aire,
gozándome en el ser que me sustenta,
en la eterna marea de flujos y reflujos
que mueve el universo
y que impulsa los giros redondos de la tierra.

Soy la mujer que piensa. 
Algún día
mis ojos
encenderán luciérnagas.

Gioconda Belli
(Nicaragua, 1948 - )

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